En la Champions al Real Madrid hay que matarle muchas veces para que se muera. Al Chelsea, que se puso 0-3 en el Bernabéu, se le puso cara de PSG y vio cómo un golazo de Rodrygo llevó el duelo a la prórroga. Ahí, los de Ancelotti se desmelenaron, entraron en trance y se encomendaron a la pareja Vinicius-Benzema para que Karim hiciera el gol que metía al Madrid directo a semifinales, por décima vez en los últimos doce años. Pues eso, el Madrid es indestructible en la Champions.
Fue otra noche mágica en el Bernabéu, que se empieza a acostumbrar a que su equipo apele a la heroica con la facilidad de quien da a un botón que activa el modo heroico como si no costara. Está claro que el Real Madrid en esta competición es inmortal o poco le falta. Da igual que esté contra las cuerdas o tirado en la lona, al final siempre se levanta y muchas veces acaba llevándose el combate. Por algo tiene trece Copas de Europa
No hacía falta ser vidente para adivinar la alineación de Ancelotti. Primero, porque el técnico del Real Madrid lleva toda la temporada jugando los partidos gordos con los mismos. Segundo, porque el puesto número once, que toda la temporada se habían repartido Asensio y Rodrygo, se lo quedó Fede Valverde tras su exhibición precisamente ante el Chelsea y de ahí no le moverán como si fuera un funcionario.
La única novedad en la alineación, obligada por la sanción de Militao, era la entrada de Nacho como compañero de Alaba en el centro de la defensa. El resto era el equipo de gala del Real Madrid: Courtois; Carvajal, Nacho, Alaba, Mendy; Casemiro, Kroos, Modric; Valverde, Vinicius y Benzema.
En el Chelsea sí que había revolución, quizá porque a la fuerza ahorcan a Tuchel. Para empezar, adiós a los tres centrales y cambio de sistema para meter tres delanteros y dos laterales descaradamente ofensivos. Marcos Alonso, que fue suplente en Stamford Bridge, ocupaba el carril izquierdo mientras que el diestro era para James y la pareja de centrales la formaban Rudiger y Thiago Silva. Ni rastro del (futuro) azulgrana Christensen. Lástima. En el centro del campo más músculo que en una discoteca de Ibiza: Loftus-Cheek, Kanté y Kovacic. Arriba, talento y juventud a espuertas: Mount, Werner y Havertz.
Y con esos 22 protagonistas y el Bernabéu con el traje de Champions que le sienta como un guante arrancó el Real Madrid-Chelsea que debía conducir a los blancos a su décima semifinal en las últimas doce temporadas. Que se dice pronto. De salida apretaron los blues con una presión altísima que impedía al equipo de Ancelotti dar tres pases seguidos. El plan del Madrid era replegarse tras pérdida y juntar mucho las líneas para blindar el área de Courtois.
El Madrid se lía
Pronto buscó el Real Madrid a Vinicius y pronto lo encontró. El brasileño, jugador que se arruga menos que la frente de Berlusconi, agitó el partido con un par de galopadas en busca esta vez de la espalda de Rick James. Tardó menos de diez minutos en hacerle el túnel de Guadarrama y sacarle una amarilla. La falta en cuestión era perfecta para Benzema, pero la echó a las nubes.
Respondió el Chelsea con un par de escaramuzas. La primera la abortó Alaba, que es el Messi de los defensas. La segunda la mandó a las nubes Rudiger con un mal cabezazo a la salida de un córner. Y a la tercera llegó el gol visitante. Fue una pared entre Werner y Mount. La pareja de centrales del Madrid se descolocó a la vez. Tanto Nacho como Alaba fueron a perseguir a Werner y dejaron un solar para la llegada de Mount, que no perdonó ante Courtois.
El tanto silenció al Bernabéu y dejaba al Chelsea a un gol de la prórroga. El Real Madrid estaba tocado y no sabía si dar un paso al frente o atrás. Modric y Kroos andaban disueltos y el equipo de Ancelotti no olía la pelota. Y sólo tenía un plan: dársela a Vinicius. El brasileño lo intentaba siempre, pero el Chelsea había aprendido la lección de Stamford Bridge.
Y dominaba el partido a su antojo. ¿Qué hacía Ancelotti para evitarlo? Comer chicle y levantar la ceja. El Real Madrid, cada vez más asustado, replegado y acomplejado, se echaba en manos del cronómetro como mejor aliado para su propia supervivencia. Mientras, el Chelsea jugaba a lo Sabrina: sacando pecho.
Finalmente el cronómetro se alió con el Real Madrid y señaló el descanso. Los blancos habían abrochado su insulso primer tiempo con un marcador peligroso pero aún le quedaba un golito de colchón. Fino, pero colchón al fin y al cabo.
Sufre el Bernabéu
En la reanudación el Chelsea tardó 20 segundos en meter el miedo en el cuerpo al Bernabéu. Fue culpa de Mendy, que perdió un balón tonto en una enajenación mental transitoria de las suyas y provocó la contra visitante. Entre Nacho y Alaba abortaron el peligro cuando la jugada ya se cocinaba dentro del área.
La cosa pintaba fea… y se puso peor. Se puso feísima cuando Rudiger aprovechó un error en cadena de la defensa del Real Madrid a la salida de un córner (por cierto, un córner que no era) para marcar de cabeza e igualar la eliminatoria. El Bernabéu era una procesión de Viernes Santo con todos los madridistas penitentes en silencio.
El fantasma de una noche negra, de esas de batacazo en la Champions, sobrevolaba sobre las megacerchas, las vigas, las grúas y el techo retráctil del estadio del Real Madrid. Una falta de Kroos en el 55 devolvió la esperanza a los seguidores blancos. La repelió Mendy, que hasta se adornó en la palomita. Pero el Chelsea no había dicho la última palabra y seguía metiendo miedo al área de Courtois.
Havertz finalizó contra el lateral de la red una contra que desnudó las costuras del centro del campo del Madrid. Era el 57 y el partido se le había torcido al equipo de Ancelotti. El técnico masticaba los cambios, pero no los hacía. Mendy se asomó al área por primera vez en el partido en el 58. Dio un pase de la muerte al que no llegó por un pelo Benzema.
Apretaba el Real Madrid y se animaba el Bernabéu. Pero entonces apareció Mendy para liarla parda porque es un jugador atolondrado e imprevisible. Perdió un balón imperdonable porque se cree Zidane y la pelota llegó a los pies de Marcos Alonso, que marcó después del rechace de Carvajal. Por suerte para el Madrid, la pelota le dio en la mano y el colegiado, advertido por el VAR, anuló el tanto. El Bernabéu lo celebró casi como si hubiera marcado su equipo.
Gracias, VAR
El VAR espoleó al Real Madrid, que pudo marcar si el larguero no se hubiera cruzado en el camino del cabezazo de Benzema. De repente, el Bernabéu entró en combustión y los blancos en trance. No era la noche del PSG pero hacía falta tirar de épica. Y si Ancelotti hacía algún cambio, tampoco pasaba nada. Pero la alarma de su Nokia seguía sin sonar. Sonó en el 72 cuando le dio por meter a Camavinga con Kroos, que se fue jurando en arameo.
Dos minutos después la cosa se puso peor para el Real Madrid. Esta vez fue Werner el que se aprendió el camino de la banda derecha y aprovechó el error de Nacho, que abandonó su puesto, para meterse en el área, sentar a Casemiro y marcar ante Courtois. El Bernabéu no se lo podía creer. Ancelotti quitaba a Casemiro y Mendy por Rodrygo y Marcelo.
El Real Madrid estaba medio muerto, pero también medio vivo, porque al Madrid en la Champions hay que matarle muchas veces para que muera. Y así, inesperadamente, llegó el gol de los blancos. A Marcelo le cayó una pelota en tres cuartos de campo y se la puso a Modric, que se inventó un centro con el exterior al segundo palo. Allí apareció Rodrygo para ganar la espalda a su par y marcar en un escorzo imposible.
El Bernabéu volvió a latir como en las grandes remontadas. Modric resucitó como un Cid Campeador con botas para guiar al Madrid en los minutos finales. A Ancelotti se le complicaron las cosas cuando Nacho se rompió y tuvo que meter a Lucas Vázquez y pasar a Carvajal al puesto de central junto a Alaba.
Épica en el Bernabéu
El partido se fue consumiendo y, aunque el Chelsea tuvo alguna ocasión postrera como las dos clamorosas de Pulisic, nos fuimos a la prórroga. Más madera. Y el Real Madrid salió dispuesto a comportarse con el orgullo que exige su camiseta y su historia en la competición. Mermados, tocados y con media estocada, pero se revolvieron.
Y el orgullo llevó en volandas al Real Madrid. Camavinga recuperó un balón, se la puso a Vinicius. El brasileño corrió, remontó la línea de fondo, levantó la cabeza y se la colocó en la ídem a Benzema. Karim ajustició al Chelsea y marcó su cuarto gol de cabeza en la eliminatoria.
Al Chelsea se le empezaba a poner cara de PSG. El Real Madrid, desatado y en trance, buscaba el cuarto ante un Bernabéu que rugía, lloraba, se divertía, se emocionaba. La prórroga, emocionante y vertiginosa, llegó al descanso casi sin darnos cuenta. Los de Ancelotti habían hecho lo más difícil, pero tenían que aguantar los últimos 15 minutos.
En el segundo tiempo de la prórroga al Chelsea no le quedaba más remedio que atacar. El Real Madrid aguantaba con el oficio de Carvajal, convertido en central de emergencia e imbuido del espíritu de Sergio Ramos. Los blancos, aparte de defender, hasta se atrevían a atacar cuando recuperaban la pelota. El Bernabéu era un manojo de nervios.
Pero los minutos pasaron, los madridistas se mordieron las uñas hasta ponérselas en carne viva, el Real Madrid sufrió, se vació, lloró sangre y logró una clasificación épica y agónica para unas semifinales que, sobre el papel, estaban mucho más cerca. Pero si no lo sabían ustedes, yo se lo resumo: en la Champions el Madrid es indestructible.